4ta hermana

 Cuando nací, ella tenía apenas 7 años. Me río cada vez que veo la foto donde sale ella cargándome torpemente; yo, obviamente salgo llorando y ella, obviamente sale sonriendo. Había pasado mucho tiempo desde que nos veíamos pues ella trabajaba en otra ciudad, se había pedido unos días libres y se quedaría en mi apartamento.

Cuando abrí la puerta nos abrazamos fuertemente como siempre lo hacíamos cada vez que teníamos tiempo sin vernos, dejó su bolso a un lado y nos sentamos en la mesa del comedor para merendar. Si hay algo que nos gusta desde pequeñas es merendar con café y galletas; supongo que es algo que heredamos de nuestra madre, tías y abuela; y mientras merendamos obviamente nos ponemos al día de todas las cosas en nuestras vidas.

Me cuenta los detalles de su nuevo trabajo y yo me sigo impresionando de su entusiasmo por la hotelería; estaba trabajando en uno de los hoteles más famoso del país, de un estilo paradisíaco donde Robert De Niro, Richard Gere o Sofía Copolla por mencionar algunos, iban a descansar de sus ajetreadas vidas de celebridad. Saqué la última bandeja de galletas de mantequilla del horno, las coloqué en una charola y sirvo más café en nuestras tazas. Aproveché el momento para preguntarle por José a lo que ella responde automáticamente con su postura corporal; soltó la taza y bajó sus brazos, su espalda la enderezó pegada a la silla. Recuerdo que pensé que si nuestra hermana mayor la viera estaría orgullosa de su “correcta” postura al sentarse. Hubo un silencio de un par de minutos. Ahí supe que todo mal. Verán, años atrás ella había pasado por una situación traumática con un novio, el cuál ni me molestaré en nombrar; es un daño, y digo es, porque aún lo sigue siendo, incluso cuando todos pesábamos que ya había sanado aquella herida. Ese pensamiento ahora que lo escribo puede sonar insensible, nadie más que ella estuvo ahí presente cuando aquel hombre se puso violento, nadie más que ella sabe lo que sintió y pensó en ese momento. El tiempo puede curar heridas, pero solo eso; porque igual quedan cicatrices y esas a veces les gusta arder, picar y hasta abrirse de vez en cuando. Bueno, con sus manos abajo y hombros caídos supe que esa herida aún ardía. Vi frustración pero también miedo en su mirada, me lamenté haberle preguntado, sabía cuánto le había costado volver a intentar algo con alguien y al parecer esos fantasmas del pasado seguían acechándola.

- No pude continuar. Le dije que se fuera... Y se fue. Dijo ella. Yo no sabía qué contestarle, mis experiencias a nivel amoroso eran escasas y de color azul. Así es, azul, no rosa ni roja, sino azul... por lo frío supongo. En fin, solo se me ocurrió cambiarle un poco el tema y contarle un chiste, siempre se reía con ellos y eso era lo que quería, que riera. De nosotras ella es la más sonriente, alegre y divertida; y yo por nada del mundo quería que perdiera eso en ella. Después que crecimos y no tiene nada que ver con la estatura, trato de cuidar de ella como si ella fuese la hermana menor. Puso su mano en mi brazo y ahí fue cuando vi que cargaba un anillo en el dedo anular de su mano izquierda, traté de disimular mi mirada pero ella me captó y sonrió, tomó su taza de café y bebió un sorbo. - José se quiere casar conmigo, me lo dio hace un par de semanas antes de irse. Dijo mientras lo miraba. - Y aunque se fue, no me lo he podido quitar. Y ya sabes que no me gustan los anillos. No pude evitarlo y le dije: - Pero sí que te gusta el José. Nos miramos y reímos al unísono.

Existe una conexión entre nosotras, algo más que la sangre que llevamos por nuestras venas; es de pensamiento, de corazón. Todos merecemos ser felices, aún con nuestras cicatrices y fantasmas, todos merecemos segundas oportunidades; solo que a ella le hace falta más tiempo para sanar.

 

 

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