Muchachita Sabanera
Un diecisiete de febrero del año 1961 nació Inés, en un pueblo perteneciente a los llanos de un país llamado Venezuela. Era la quinta de seis hermanos, la tercera niña de aquella familia que desbordaba emoción tras su llegada a este mundo. ¡Qué mejor manera de comenzar una nueva década que con un nuevo miembro en la familia, con el nacimiento de un nuevo ser! Y aunque los padres debían trabajar aún más para poder mantener a todos y cada uno de sus hijos, la emoción de hacer crecer la familia y la ternura de aquel rostro de mejillas blancas los llenaba de energía y motivación. Los años 60 quizás fueron los mejores años de aquel país, fue la década de la abundante literatura, de la música y de la moda. Estos aspectos sin duda influenciaron en el crecimiento de Inés, pues desde corta edad y motivada por su madre y hermanas mayores aprendió a tejer, coser y bordar. Le fascinaba remodelar las piezas de su guardarropa, le gustaba “estrenar viejo”. Mientras crecía iba aprendiendo de todo un poco, y es que Inés era buena en todo lo que hacía: manualidades, deportes, escuela... A los siete años aprendió a escribir, siendo los poemas y los textos reflexivos sus categorías favoritas. A Inés le gustaba demostrar cariño a sus seres queridos, era un ser especial, diferente, lleno de luz. Era como si un alma vieja y viajera hubiese reencarnado en aquel cuerpo delgado de cabello largo color azabache. Entre sus frutas favoritas estaban los duraznos y melocotones, de los cuales comía sin parar cuando los visitaba el novio de su hermana mayor. Inés solía hablar de temas profundos de la vida, le gustaba aconsejar a sus hermanos mayores y hablaba siempre con la verdad por delante. Le daba una dosis de filosofía a sus conversaciones, era muy inteligente y sabia para su edad. A sus diez años y después de haber estudiado profundamente la frase “Toca Madera” con la que la mayoría de las personas supersticiosas se identifican para atraer la suerte y distanciar lo malo, ella decidió hablar con sus hermanos para decirles que ya no usaran más esa técnica y que lo mejor y más efectivo era que “tocaran el aire”.
Podía sonar absurdo pero ella tenía su explicación, ya que al pretender tocarlo y al ser éste una sustancia invisible e infinita, existía una mejor posibilidad de que esos miedos se desvanecieran y la buena suerte que tanto anhelabas se expandiera en la atmósfera haciendo que llegara a ti como el regalo que tanto te mereces.
Inés enfermó de sarampión en el mismo año en que cumplió los doce años. Su enfermedad la pasó en casa, fueron días de angustia, preocupación y nervios en la familia. Ella solía tener visiones o sueños premonitorios, quizá por eso siempre deprendía ese aire angelical, inocente y previsor. Y justamente en esos días de enfermedad ella supo que moriría. Esta noticia se la dio a sus padres y hermanos de una manera tranquila, como si supiera que su trabajo en el mundo estaba hecho y que pronto regresaría a descansar a ese sitio especial. Sus padres y algunos de sus hermanos aún con miedo decidieron llevarla al hospital y fue allí donde empeoró y murió de un infarto. Inés partió de este mundo a la corta edad de doce años, un primero de diciembre del año 1973.
A Inés, a la “muchachita sabanera” su madre la despidió con lágrimas, dolor y poemas...
Muchachita si te vas
recuerda estos parajes
donde tú fuiste feliz
junto a estos morichales.
Días y años tristes seguirían tras su partida en cada miembro familiar y persona que la conoció.
La muerte y su manera de trabajar. Ella no sólo se lleva a alguien sino que deja al resto con vida y en esa pequeña distancia entre la vida y la muerte, las vidas de todos cambian, y cambian para siempre.
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