La Casa Embrujada de Cuyutlán

 



En un pueblo casi olvidado ubicado en el estado más pequeño del país donde el único ruido era el de las olas golpeando fuertemente la arena, se encuentra ella a unos pasos del mar. La casa sin número, sin nombre, de pintura desteñida, con maleza y algunos cangrejos a su alrededor.

Era una tarde de cielo despejado, de sol intenso acompañado de la típica brisa marina, cuando escuchó un coche aparcarse cerca de ella, seguido del golpe de puertas y de unos pasos. Un hombre y dos mujeres vestidos con uniformes estaban parados frente a ella observándola de arriba a abajo, juzgándola... - Está muy vieja. Dijo el hombre. - Pero tiene potencial, dijo una de las mujeres. ¡Ya verán!

Había pasado mucho tiempo desde que alguien se interesaba por ella pues las pocas personas que habitaban aquel pueblo evitaban pasar por su calle. Una de las mujeres llevaba un juego de llaves y la otra llevaba una cámara en su mano; el hombre bajó del coche un machete y quitó parte de la maleza que llevaba años meciéndose en su entrada mientras que algunas lagartijas salían corriendo para esconderse lejos de allí. Al sentir que la llave abrió la puerta, la casa dejó escapar un suspiro que se escuchó como susurro combinado con el viento salado del mar y la madera crujiente, vencida y desgastada de la puerta principal. Las tres personas se miraron entre sí y luego sonrieron nerviosos. Por dentro estaba oscuro, las viejas cortinas roídas se movían al ritmo del viento, y mientras la mujer de las llaves buscaba por sus paredes el centro de carga para encender las luces, la mujer de la cámara y el hombre quitaban las sábanas que protegían algunas de las sillas, mesas, espejos y muebles que allí se encontraban, mientras tosían y se sacudían las manos para limpiarse el polvo de encima. Se encendieron las luces y la mujer de la cámara comenzó a tomar fotografías mientras la otra mujer y el hombre abrían las recámaras y observaban cada detalle a su alrededor. Paredes forradas con papel tapiz y viejas fotografías, ventanas con vidrios rotos, telarañas decorando cada rincón, cucarachas y pájaros muertos en el piso.

- Lo que necesita es un buen mantenimiento y queda decente para vacacionar, ¿no crees? le preguntó la mujer de las llaves al hombre. - ¿Y las escrituras? le preguntó el hombre. - Están a nombre de los seis hijos, cuatro de ellos muertos, y los otros dos ni se hablan pero la hermana menor dijo que pagaría un abogado.

Al escuchar esto la casa decidió cerrar las puertas de todas las habitaciones al mismo tiempo, al hacerlo, algunas cosas por desgastadas cayeron al piso; la lámpara y la foto familiar que colgaba en la sala, el reloj viejo de la cocina y el espejo del baño. La mujer y el hombre se reúnen con la mujer de la cámara que les dice: - ¡Yo no fui! mientras ríe nerviosa, - ¿Me acompañan a las dos recámaras que me faltan?

El cielo había comenzado a nublarse de repente y la oscuridad entraba y se adueñaba de la casa. Los tres caminaron en fila india acompañándose para terminar de tomar las fotografías; pero al caminar por el pasillo las luces comenzaron a titilar hasta que uno de los focos estalló. Las mujeres gritaron y decidieron regresar a la sala para comenzar a tapar rápidamente los muebles y las sillas y justo cuando el hombre estaba a punto de tapar la última cosa que quedaba al descubierto: un espejo, se reflejó en él una sombra vaga que luchaba por definir su forma; cambiaba rápidamente desde cuervo a murciélago, desde rata a gato y de pronto la sombra se detuvo definiendo su forma a la de un hombre muy anciano con sombrero desgastado. El hombre con sudor frío en su frente lanzó la sábana encima del espejo e inmediatamente caminó derecho hacia el coche pasándole por un lado a ambas mujeres que ya esperaban afuera para cerrar la casa. Ambas se miraron extrañadas, cerraron la puerta y caminaron hacia la calle; la mujer de la cámara comenzó a tomar fotos de la fachada y la otra buscó en la cajuela del coche una lona que decía ‘SE VENDE - 314-5557892’ y la amarró a la cerca de madera que se encontraba en la entrada.
Regresaron al coche, encendieron y arrancaron al mismo tiempo en que las gotas de lluvia comenzaron a caer. Oscureció rápidamente y en la carretera iban los tres en silencio, la mujer de las llaves lidiaba con la lluvia mientras conducía, el hombre iba con la mirada perdida y sudor en su frente, la de la cámara iba revisando cada una de las fotografías que había tomado, se detuvo en una de la fachada al ver al hombre anciano de sombrero desgastado asomado en una de sus ventanas. Su respiración se aceleró, hizo zoom en ella y regresó a la fotografía de la sala donde se podía ver la foto familiar un poco antes de que se cayera por el viento, los rostros coincidían, era el padre de aquella familia; volvió a buscar en la cámara la fotografía de la fachada cuando de repente el teléfono de la mujer de las llaves sonó y ella por buscarlo en su bolsa perdió el control chocando con un gran árbol.

La lluvia seguía cayendo fuertemente y en aquel pueblo un fuerte viento dejó caer la lona de la casa arrastrándola por unos metros lejos de la calle y cerca del mar. Al pasar los días, la maleza había crecido nuevamente en la entrada de la casa y en la ventana el hombre del sombrero ya no estaba solo, estaba con su esposa, cuatro hijos y con tres vendedores de bienes raíces vestidos de uniforme...

 

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