Fritangas
Hoy me toca escribir aunque sea un par de páginas. Últimamente se me hace tan difícil concentrarme, además debo sacar la basura ahora antes de las cuatro. ¿Qué hora es? Ah, apenas son las doce del mediodía. ¿Será que ya Toby tiene hambre? Le serviré unas croquetas con sobre a ver si come. ¡Ven Toby! ¿Quieres? Parece que si. ¡Está lloviendo! pondré un poco de música, encenderé un incienso y listo, tendré el ambiente propicio para sentarme a escribir. ¡Toby! ¿Por qué no te comiste toda la comida? ¡Ah! este perro... Esto es todo lo que hay, lo guardaré para más tarde ¿Ok? No, no me mires así. Hoy no hay pollo. Bueno, si hay pero el que queda es para mi y lo haré frito. A veces creo que Toby me entiende cuando le hablo, parece un bebé, pero peludo. ¡guau, guau! Sí, sí, está bien, yo te daré un pedacito de pollo hoy también. pero no del frito ¿Ok? Menos mal que en esta vida no nací perro ja,ja,ja No puedo imaginarme sin comer mi porción de fritura aunque sea dos veces al mes. Es como si le quitaran a alguien con la tensión baja o a un niño en pleno crecimiento su porción de dulce. Recuerdo que en la escuela la merienda favorita de Marga, Ángel y mía eran las torrejitas, esa combinación del hojaldre frito y azúcar en polvo por encima era la gloria. Desde tercer a sexto grado corríamos a la cantina en horario de recreo para comprarnos esa delicia. No nos importaba hacer fila ni gastar los pocos ahorros que teníamos; casi todos proporcionados por nuestros abuelos, madrinas y padrinos en en cumpleaños y demás festividades anuales. Las comprábamos después del desayuno y nos sentábamos a comerlas para luego ir a correr o jugar por el patio principal. Ahora que lo pienso el recreo tenía una duración de ¿cuánto? ¿una hora o más? ja, ja, sé que posiblemente eran unos quince o veinte minutos pero vaya que nos daba tiempo para hacer miles de cosas: comer, jugar, ir al baño, volver a comer, volver a jugar. Luego llegó la adolescencia y el cambio de colegios. A Marga la llevaron a uno privado mientras que Ángel y yo estudiamos juntos hasta segundo año de secundaria en un colegio cercano a nuestras casas. En esa época ya no había torrejitas y aunque nuestras madres las preparaban en casa ya no era lo mismo. Quizás porque ya habíamos crecido, quizás las hormonas nos pedían probar otro tipo de comidas. ¡Mentira! Bueno, quizás si comíamos otro tipo de cosas, las golosinas de moda, mucha goma de mascar y también comenzamos con la mezcla de sabores contrastantes. Para algunos era asqueroso, pero para Ángel y yo era sumamente exótico. Comprábamos doritos y helados chupi, esos de bolsa delgaditos. Nuestro favorito era el de uva, le abríamos un poquito en la punta y le poníamos por encima a los triángulos de doritos. Lo sé puede parecer extraño pero sabía rico. ¡Cosas de adolescentes! Pero esa no era todo. Una de nuestras meriendas favoritas era la mezcla de dos cosas muy venezolanas: el tequeño, dedos de queso cubiertos con masa frita que al primer mordisco le introducíamos la galleta wafers rellena de crema de coco más rica del mundo mundial, el cocosette. Claro, ahora lo entiendo todo... siempre, en cada etapa de mi vida ha habido al menos un alimento frito favorito. Por cierto, extraño el cocosette. ¿Por qué los días lluviosos son tan nostálgicos? Aquí en la capital lo puedo conseguir pero con el envío me sale muy costoso. Voy a preparar café un poco para ver si me inspiro a escribir lo que debo enviar hoy. ¡Ya van a ser la 1:30 pm! Voy a sacar el pollo para cocinarlo... Mmmm pero creo que lo haré a la plancha, así me ahorro el aceite y así le doy un trocito a Toby. Además después de recordar tanta comida frita creo que el colesterol se me subió un poco.
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