Peña Blanca


Ella estaba en búsqueda de un lugar nuevo donde poder ir a disfrutar de la naturaleza, donde pudiese caminar y estar un tiempo a solas, para sanar muchas cosas que albergaban en su interior. Le habían mencionado ese lugar en muchas ocasiones. No lo conocía, así que una mañana de domingo decidió ir.

Siempre le gustó la aventura. Siempre fue amante de las montañas, de los ríos, de los bosques de pino, del viento con aroma a tronco, madera, humedad... Solo que ahora vivía en una zona muy cerca del mar. Al mar siempre le tuvo respeto. Nunca aprendió a nadar.

Sin embargo, desde que se había mudado a ese nuevo lugar, sentía que el mar la llamaba. Era una conexión diferente. Ahora se sumaba el olor a mar y a sal, a la lista de sus olores favoritos.

Para ella la playa no era para bañarse, le gustaba ir a sentarse en la arena a esperar el atardecer, a ver las gaviotas, los pelícanos, a sentir ese viento frío y salado en su rostro, a escuchar el sonido de las olas que vienen y van como la vida misma.

Ese nuevo lugar era una mezcla de montaña, bosque y mar.

Para llegar a él debía caminar más de una hora y media, también lo podía hacer en auto pero ella prefirió caminar.

Tomó un bastón largo de madera para usarlo de apoyo en su caminata, y emprendió su aventura. En los primeros minutos en los que se adentró en aquella montaña, su mente no paraba de pensar: eran pensamientos del tiempo, de la expectación del lugar; luego venían pensamientos del trabajo, de las actividades del día siguiente, de la lista de compras, del clima, del mensaje de aquel amigo, del estrés de las deudas, del mecánico que aún no daba respuesta de aquella pieza del auto; en fin, mucha intranquilidad, y sobredosis de información. Pero pasados veinte minutos de indigestión informativa, su mirada se desvió a unos árboles que se encontraban a su lado derecho; allí habían aterrizado una pareja de chachalacas, aves grandes y de graznido estridente. Sonrío y siguió su camino.

El cielo estaba de un azul intenso, brillante, y había un par de nubes blancas y redondas, muy parecidas a las de los dibujos animados. El aire era diferente, se dio cuenta de lo limpio que se sentía al inhalarlo... así que ahora consciente de dónde estaba, de hacia dónde se dirigía y del momento en sí, decidió ejercitar su respiración. Todo lo aprendido en las clases de meditación estaban rindiendo frutos. Los pensamientos intensos se disiparon, estaba disfrutando del momento, del allí y el ahora.

Era domingo y el camino no estaba tan frecuentado. Ella lo agradeció, porque era justo eso lo que ella quería. Un tiempo a solas, conectarse con la naturaleza, con cada pequeño detalle de alrededor; árboles de todo tipo, de diferentes alturas, una que otra flor aquí y allá, aves de diferentes tamaños, cantaban a todo dar. Ella lo estaba disfrutando. Sintió un malestar en una de sus rodillas y paró por un momento. Se sentó en una roca que por allí descubrió, sacó de su mochila su envase de agua y se hidrató. Estaba sudando y su ritmo cardíaco estaba un poco acelerado; feliz y emocionado, se podría decir. Se levantó y continuó su camino pues sabía que ya le faltaba muy poco para llegar.

Para llegar allí tuvo que caminar por la montaña, atravesar caminos hacia abajo y hacia arriba, y en uno de los últimos tramos de aquel camino empinado, llegó a la cima. Allí sintió cómo la sangre bombeaba sus venas, su corazón... el paisaje era hermoso. Abajo la esperaba una playa virgen, sola, de arenas blancas y mar azul profundo; una composición paisajística espectacular, una fiesta para los ojos y el alma.

Poco a poco emprendió su descenso hasta llegar a aquel paraíso. Sentimientos de calma, tranquilidad y libertad la abrazaron. Sus ojos brillaban. Agradeció el momento. Estar allí. Se quitó sus zapatos deportivos y caminó hasta llegar a la orilla. La sensación de los dedos en la arena tibia, el viento haciendo volar su cabello, y el sol brindándole calidez, hicieron que ella se sintiera feliz, como en mucho tiempo no se sentía. Sintió como aquel lugar le brindaba el consuelo que su alma y corazón necesitaba. Sabía que podía contar con ese momento en su memoria, cada vez que se sintiese triste, abrumada o con miedo.

Su proceso de curación solo había iniciado.

 

Comentarios

Entradas populares