Zafiro


Muchas personas de todo el país e incluso de países cercanos esperan ansiosos el gran día. Sábado 28 de Abril. Escenario azul a cielo abierto, telón de terciopelo azul que cuelga. Butacas azules. Luces brillantes desde lo más alto dirigidas al escenario. Viento fresco, pájaros azules cantan encima de los árboles de hojas azules, cielo despejado. No es invierno, es primavera. Temporada de alegría, flores, ¡fiesta!

Es una tarde azul donde todos alrededor vibran de emoción. Corazones latiendo fuerte, ojos brillantes, sonrisas por doquier. Una larga fila de personas esperan en las afueras de aquel lugar. Algunas sentadas en la acera, otras en sillas desplegables, y otras más, paradas conversan entre si. Hay grupos de personas aquí y allá. Unos se conocen, otros no mucho. Algunos son familia, otros son amigos. Hay de todas las edades, de todas las estaturas, de todas las razas. Algunos de ellos se toman fotografías para hacer la espera un poco más amena.

Las seis y media de la tarde, las puertas se abren. Se escuchan murmullos, gritos de emoción, risas. Poco a poco la fila avanza y las personas comienzan a emocionarse aún más. En la entrada los vigilantes colocan cintas azules en las muñecas de cada uno de ellos. El ambiente se estremece y cada persona emite una vibración alta de color azul.

Una vez dentro del lugar, todos sentados en sus butacas miran fijamente al escenario. Se apagan las luces. Gritos de emoción acompañados de lightsticks azules que se encienden al mismo tiempo.

Se siente como si las agujas del reloj se detienen justo en el momento en que una música comienza a sonar. Las luces se mueven de arriba a abajo, de izquierda a derecha.

A las ocho de la noche aparece finalmente en el escenario la estrella. Una estrella brillante, el Ikemen esperado por todos.

Al principio su brillo es cegador pero luego es como si graduara su luz a la intensidad y al color del ambiente.

Azul. Azul zafiro.

El Ikemen toma el micrófono y comienza a cantar. De repente todas las personas quedan en silencio frente al escenario, como hipnotizadas ante un gran mago. Hechizadas por su voz. Su voz que es como el terciopelo de aquel telón. Su voz que provoca acariciar aunque esto sea imposible. Las horas pasan lento. El Ikemen canta las primeras cinco canciones y antes del intermedio caen miles de confetis azules. Las personas comienzan a aplaudir, los más pequeños comienzan a jugar intentando atrapar los pequeños confetis, y otros comienzan a conversar entre ellos.

Comienza la segunda parte del concierto. El Ikemen sale con otro atuendo, uno azul con destellos. Las personas comienzan a gritar de emoción. Algunos incluso sienten que pierden la voz de tanto forzarla. En cada rostro se puede ver una sonrisa de oreja a oreja.

Dicen que la felicidad es efímera, y este momento tendrá un fin pero el disfrute y las sensaciones vividas quedarán en el recuerdo de cada uno. Allí, en ese momento, todos los presentes, incluyendo el Ikemen, se encuentran en un estado de bienestar soñado.

Para él, poder estar encima de un escenario haciendo lo que más ama frente tanta gente que lo admira, es simplemente satisfactorio y halagador. Él, que es una persona famosa pero solitaria, consigue alcanzar sus mayores momentos de regocijo en cada escenario; allí se deja ver como realmente es, allí no se siente tan vulnerable, se siente amado, acompañado, apoyado, y sobre todo se siente azul, azul zafiro... su color favorito. 


 

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