Mi querida canción de la luna


Ella vivía mirando hacia el cielo. Sobre todo por las noches. El terciopelo negro junto a los destellos de cada estrella, y ese brillo hipnotizante de la luna son de sus cosas favoritas en el planeta tierra. A veces Ella presentía que no era de este mundo.

Cada día que pasaba se le hacía agotador. Sentía que tenía que fingir a dónde quiera que estuviese. En casa con la familia, en el trabajo con sus compañeros, en la calle y en el metro con la gente...

No hablaba mucho, solo lo necesario. Pero cuando lo hacía era para lo honesto y verdadero. A Ella le gusta vivir sumida en sus pensamientos.

Todos los días era la misma rutina. Se levantaba. Se cepillaba los dientes, se bañaba y vestía. Desayunaba frente a sus padres y hermanos. Ellos conversaban entre sí, pero ella prefería estar en silencio. Salía a la parada de autobuses, se subía a uno que la dejara cerca de la estación del metro y allí tomaba el metro hasta el trabajo. Ella odiaba su trabajo, sentía que no encajaba en ese lugar pero necesitaba trabajar para vivir y pagar las deudas. Allí su jefe despreciaba su desempeño y aprovechaba cada oportunidad para menospreciar su talento. Y sus compañeras, fingían una amistad que a media legua se veía que era falsa. Ella lo sabía, sin embargo les seguía el juego porque para ella era agotador decirles lo contrario. Cuando terminaba su jornada, era lo mismo de regreso a casa. Del trabajo tomaba el metro y del metro tomaba el autobús hasta llegar a casa. Cuando llegaba, cambiaba su ropa y ayudaba a su madre a cocinar la cena. Siempre en silencio. Se sentaba a cenar con su padre, madre y hermanos y luego se iba al porche de su casa a observar el cielo nocturno. Su momento a solas. Su momento favorito del día.

Y así pasaban sus días, sus años, su vida. Hasta el día en que Él se mudó cerca de su casa. Ese día ella iba tarde al trabajo pero igual se detuvo un momento al ver que había un camión de mudanza en la casa de enfrente. Él estaba rodeado de cajas, los de la mudanza se estaban yendo y ella cruzó miradas con Él. Silencio alrededor. Ella continó su camino hasta la parada de autobuses.

Su día transcurrió de igual manera aunque tal vez un poco diferente, pues Ella se mantuvo toda la jornada con la intriga de aquella nueva persona, del nuevo vecino, de Él.

Al llegar a casa volteó disimuladamente hacia la casa de enfrente pero las luces se encontraban apagadas y no vio a nadie cerca; así que entró a su casa, se cambió, ayudó a su madre a cocinar la cena, se sentó a comer con su familia, y, finalmente, pudo salir a tener su tiempo a solas. Una vez parada en el porche, Ella y sus pensamientos se perdieron entre el terciopelo negro y las distancias entre cada estrella. Aquella noche Ella se sentía diferente, sintió un impulso por salir a caminar un poco, sintió un impulso para cambiar su rutina. Era como si alguna fuerza extraordinaria la llamara desde otro lado. Y así fue.

Ella buscó un suéter y salió. Caminó lento. Sintió la brisa fresca de la primavera acariciar su rostro y cabello. Subió la mirada y allí estaba ella, la luna, en su fase creciente, brillante y enigmática como siempre. Ella escuchó unos pasos que se acercaban hacia ella, y sin percatarse, ya Él, el nuevo vecino, estaba a su lado mirando hacia arriba también. Ella no se asustó, pero sí se sorprendió de que hubiera alguien en el mundo al cuál le gustaba mirar hacia arriba, hacia el cielo y el infinito.

Ella tenía la teoría de que los humanos estaban tan preocupados por su vida terrestre que ninguno de ellos se tomaba un tiempo en detenerse y observar lo grandioso y maravilloso del espacio aéreo, del cielo.

Y así, estuvieron ambos mirando hacia la luna y estrellas unos cuántos minutos. Él bajó su mirada y se presentó ante Ella. Ella le respondió diciendo su nombre, se dio media vuelta y caminó hacia su casa. Ella no quería hablar, pero Él en cambio ya se sentía atraído por el misterio de su existencia; por eso sonrió y la siguió. Caminaron despacio y en silencio hasta sus casas. Él quiso despedirse pero Ella sin darse la vuelta, entró y cerró la puerta. Esa noche Ella durmió pensando en la ruptura de su rutina; Él en cambio durmió pensando en el enigma que representaba Ella.

Pasaron los días y en cada uno de ellos, Ella, por alguna extraña razón, cambiaba algo en sus costumbres. Si bien tenía que usar los mismos medios de transporte, trataba de leer un libro mientras se trasladaba en ellos. Y aunque trabajaba en el mismo sitio y debía tratar con el menosprecio de su jefe, ella trataba de dar lo mejor de sí en cada una de sus tareas.

Al llegar a casa Ella se sentía diferente. Era como si la presencia de Él, su nuevo vecino, le hubiese alterado su visión y su sentir. De noche, Ella miraba al cielo junto a Él.

Ella apreciaba aquel momento de silencio entre ambos aunque disfrutaba cuando de repente los interrumpía el cantar de los grillos.

Aunque Él respetaba el gusto de Ella por el silencio, una noche decidió expresarse un poco más, así que le regaló un cassette con su canción favorita. Él le sonrió y se despidió, entró a su casa con el corazón agitado y las manos en sus bolsillos. Ella lo miró, luego tomó el casette fuertemente con sus manos y miró hacia la luna una vez más. Su corazón se había agitado, los músculos de su cara se habían relajado y estaban formando una sonrisa, una lágrima rodó por su mejilla. Esa noche, la luna fue testigo de un quiebre definitivo en su vida. Ya no se sentía sola ni agotada, ya no tenía que fingir más, ya no vivía una rutina pues junto a Él todo era una novedad.


 

Comentarios

Entradas populares