Travesía
Opciones para escoger tengo, pero cuando se trata de contar sobre alguna travesía, para mí el traslado más significativo, arriesgado, y hasta divertido fue el que hice junto con algunos miembros de mi familia hace ya unos cinco años atrás.
Corría el mes de septiembre del año 2016 en Venezuela, la situación general era difícil, y más cuando de temas de salud se trataba. En agosto de ese mismo año mi madre sufrió un infarto con el cual tuvo que estar una semana hospitalizada y aunque su caso fue ligero, los médicos recomendaron medicamentos de por vida. Pasábamos días recorriendo farmacias, horas en largas filas tratando de conseguirle su tratamiento. Una de mis hermanas había dejado el país en el año 2014, se encontraba trabajando en hotelería en un pequeño pueblo de México desde entonces y al enterarse de toda la situación decidió convencernos de emigrar. Para nosotros era una decisión difícil de creer, de tomar, de hacer y ahí fue cuando ella prácticamente nos puso fecha límite... ¿De qué manera? Comprando algunos de los pasajes para el mes siguiente. Así que prácticamente en tres semanas tuvimos que: vender algunas cosas, escoger qué llevar, qué dejar, contenerse el llanto y esconder la incertidumbre, y quizás lo más penoso de todo, despedirse de amigos, familiares y de todo un estilo de vida. Así que al llegar el día, nos embarcamos, mi madre, mi hermana mayor y sus dos niños, otra de mis hermanas y yo, en un avión hacia Colombia. En el aeropuerto estábamos un poco asustadas, algunos de los guardias al revisar nuestras maletas nos decomisaron artículos por parecerles ‘raros’ ¿quizá? Un diccionario de mandarín que llevaba una de mis hermanas, una muñeca a mi sobrina, ¡y hasta unas agujas de tejer que mi madre llevaba delicadamente para continuar tejiendo un suéter y a la vez cumplir con su rehabilitación!
Fue un viaje de solo unas horas pero me bastaron para darme cuenta de que mi madre y mis dos sobrinos eran como maestros guías de toda aquella aventura. Era su primer viaje en avión; para los niños era emocionante, como si de un viaje escolar se tratara; y para mi madre también lo era, aún cuando estaba dejando toda una vida detrás...¡Cuánto nos enseñan los niños y los mayores! Nos quedamos allí una noche. Comimos pan, bebimos jugos y al día siguiente por la mañana ya estábamos partiendo hacia México. Mis dos hermanas y yo nos dividimos a los niños y a mi madre; cada una debía hacerse cargo de uno de ellos y así nos apoyamos en todo el viaje. Fueron casi cinco horas de vuelo. Al llegar a la capital mexicana ese mismo día debíamos tomar una avioneta por casi una hora y media hasta Guadalajara y al llegar allá nos recibió mi hermana. Fue un momento de mucha emoción, mi madre inició el llanto y todas nosotras nos sumamos a ello. La emoción del momento y ese abrazo en conjunto en medio de aquel otro aeropuerto no se nos olvidará jamás. Nos íbamos poniendo al día mediante caminábamos hacia la salida y luego más adelante en la carretera; pues tomamos una mini van, de esas que hacen viajes turísticos como transporte hacia un pueblo perteneciente al Estado más pequeño de toda la República Mexicana: Manzanillo, Colima. Fueron aproximadamente cuatro horas más de viaje. Todo fue sin parar. Y ¿estábamos cansados? Si. Pero la adrenalina y la emoción de estar juntos con mi hermana pudieron más que cualquier otro factor. Un mes después, pudieron sumarse a nosotros, mi padre, mi otra hermana y mi cuñado. Y esa fue realmente otra travesía que puede que en otra ocasión se las cuente.
Hoy en día recordando cada paso y cada día, y viendo cómo muchos de nuestros paisanos tuvieron que dejar el país de otras tantas maneras, difíciles y hasta violentas, nos sentimos agradecidos de que todo nuestro proceso pudimos vivirlo de manera fluida.
Ahora nos encontramos en lo que al principio era un país extraño, y abrazamos a su tierra, a su gente, su cultura y tradiciones... lo adoptamos con agradecimiento mientras que seguimos escribiendo nuevas historias en este nuevo lugar, nuevas historias que alimentan este largo viaje llamado vida.
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