Mi lugar ideal

 


Suspiro y cierro mis ojos para imaginar otro mundo. Tomo mi lápiz, mi cuaderno y comienzo a crearlo... Mis deseos más profundos, la esencia de mi corazón, todo lo plasmo en cada línea y hoja. “Invéntate tu mundo y ese se hará realidad” ¿Se puede vivir a través de un papel? Me dijeron que sí se podía... Aún no lo sé con certeza, quizás por eso sigo escribiendo y escribiendo. Ahí en ese otro mundo, en el mundo que imagino y construyo cada día, vivo una vida tranquila. En una casa estilo cabaña en las montañas, rodeada de árboles de pino, donde caiga la neblina al atardecer y llovizne de manera frecuente. El jardín repleto de flores de todos los colores donde las rosas y hortensias son las protagonistas. En mi patio trasero tendría un lugar especial para mis perros y tortugas; un par de columpios, sillas y mesas para tomar la merienda. En la parte delantera, un amplio porche decorado con artesanía familiar, una mesa pequeña con un par de libros, y bancas de madera con cojines confortables. Dentro de la casa predomina el olor a madera, a incienso, a café de día y a vino por las noches.

Una de las habitaciones la he convertido en mi estudio, con una gran biblioteca, una gran estantería de películas en varios formatos, un sofá en la esquina, un escritorio, muchos pequeños cactus y suculentas en la gran ventana y un viejo reproductor de música en otra esquina.

La habitación principal tiene vista a la laguna y a las montañas, tengo una pared con repisas llena de fotografías favoritas tomadas en mis viajes por alrededor del mundo: Corea, Japón, India, Rusia, España, Italia, Francia, Grecia, Suecia, Egipto, Alaska, México, Argentina y por supuesto mi querida Venezuela.

En esa loma solo hay dos casas, la mía y la de mis padres. Allí ambos siguen haciendo lo que más les gusta: mi madre, tejiendo, bordando y creando; y mi padre, trabajando en su huerto, en el jardín y construyendo figuras de madera. Viven la vida longeva que tanto deseamos.

Para hacer las compras bajaría hasta el pueblo más cercano. Verduras y frutas directas de los sembradíos de la zona, el resto de la despensa en tiendas atendidas por los señores y señoras mayores del pueblo. Allí en el pueblo hay pocas casas, todas construidas como las cabañas de los andes: madera, rocas, y porches abiertos al aire libre lleno de plantas, hamacas y sillas con mantas tejidas, chimeneas humeantes y jardines alrededor. Mis hermanas con sus familias también viven allí, incluso tengo algunos amigos regados en la zona y los fines de semana que tenemos libres nos reunimos todos en el parque mientras hacemos asados, parrillas y picnics, mientras los niños de las familias juegan y se divierten. Aunque en realidad todos lo hacemos, todos nos sentimos como niños viviendo en este lugar idílico.

El aire es limpio, fresco. Se siente tan bien el alma y el cuerpo en este hermoso lugar, en este lugar recóndito, propietario de la estación perfecta para vivir...

Aunque el mundo haya pasado por tantas guerras, pandemias y divisiones, en esta época la civilización se ha acercado más al amor, hemos evolucionado, hemos sobrevivido. Aquí percibimos aún más, disfrutamos cada momento vivido, y sobre todo aprovechamos el momento presente. Quisiera vivir aquí eternamente en este mundo inventado donde la lluvia tiene un sabor dulce y nos hace crecer manteniéndonos vivos, donde nuestras respiraciones se funden con el viento, donde las olas del mar calman nuestras ansiedades y las estrellas nos llevan de la mano para iluminar caminos. Tomo con fuerza mi lápiz, me aferro a él como niña a su madre, como niña que disfruta de lo que imagina, de lo que crea y de lo que ve, que sueña y fantasea de día y de noche. ¡Vaya! parece que si puedo vivir a través de un papel y me gustaría que cada letra, palabra y línea las puedas sentir tu también. 


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