De viaje por mis recuerdos


Cuando tenía siete años de edad una de mis hermanas mayores nos llevó a mi hermana adolescente y a mí, allí. Lo hizo para despejarnos, para divertirnos, para volver a sentirnos niñas por un momento; la idea era alejarnos por un par de horas de todas las preocupaciones de adultos que rondaban por la casa debido al accidente y gastos médicos de nuestra madre. Era el parque más grande de mi ciudad y era la manera perfecta de estar en contacto con la naturaleza, por su vegetación y sus grandes y frondosos árboles; y lo mejor de todo era que no quedaba muy alejado de casa. Los ingredientes de aquel día fueron: una pelota grande, un gran termo de agua y unas cuántas monedas para pagar el autobús de ida y vuelta. Jugamos un buen rato con la pelota, también jugué en el columpio y tobogán, nos perdimos un rato en el laberinto, y luego aunque no teníamos mucho dinero mi hermana nos sorprendió comprándonos un helado para ambas. Nos sentamos en el césped como si estuviésemos de picnic, cobijadas por un frondoso árbol de samán, el cuál nos brindaba la sombra perfecta para refrescarnos de tanto jolgorio. Jugamos, reímos, hicimos de aquel momento uno memorable para nuestras infancias, para nuestro crecimiento. Estar en el parque ese día nos hizo recargar energía para poder continuar, hoy en día aún recuerdo que nuestros cuerpos y espíritus así lo sintieron.

Después de unos años cuando mi madre ya se encontraba mejor, mis padres decidieron mudarse a una casa de campo alejados de todo el ajetreo de la ciudad. Dicha casa quedaba a pie de una montaña y estaba rodeada de todo tipo de árboles: frutales y ornamentales. Allí mi padre construyó un pequeño espacio para criar gallinas, pavos y también teníamos un espacio grande para el cuidado y conservación de la tortuga morrocoy. El morrocoy siempre ha sido uno de mis animales favoritos y cuando los rescatábamos y llevábamos a la casa de campo, mi corazón sentía dicha. Los fines de semana cuando descansaba de las clases iba y ayudaba a mi padre a cambiarles el agua, darles alimento y ¡hasta los bañaba! Bueno, me encargaba del cuidado de sus caparazones. Podía durar horas agachada con el cepillo de dientes limpiando una a una sus caparazones. La conexión que existía entre aquellos animales, la naturaleza de alrededor, y yo, era realmente mágica. Nací en una ciudad cerca de la playa pero desde siempre me ha gustado más la montaña, las extensas vegetaciones, la naturaleza húmeda y los lugares arbolados. Por eso, en mis veintes disfruté mucho haber estudiado en una ‘ciudad universitaria’ ubicada en la cordillera de los andes y por ende, rodeada de montañas, de parques y plazas con muchos árboles, flores y clima agradable. Allí el aire era limpio, el viento agradable y los olores a pino y frailejón perfumaban cada rincón. En ese lugar viví los mejores años de mi vida y si algún día regreso a mi país me gustaría vivir ahí hasta mis últimos días. En medio de los años de aquella juventud recuerdo que viajé a Argentina para realizar mis pasantías. Aquel año fue memorable y no solo porque era mi primer viaje fuera de mi país natal sino también por los lugares que visité y las experiencias que viví allí. Entre mis favoritos fueron el jardín botánico y el jardín japonés; ¡y es que no pude haber escogido mejor época de viaje que la primavera! Para alguien que viene de un país donde el clima es cálido y seco al mismo tiempo, y no existen las estaciones como tal, aquella aventura y experiencia física, mental, visual y espiritual fue totalmente idílica.

Desde esa época quedé completamente enamorada de la primavera; me gustaba caminar por las calles del barrio de Palermo y contemplar cada árbol floreado, cada niño cruzar de la mano de su madre, cada cantar de pájaro... En mis tiempos libres caminaba y caminaba, capturaba momentos y escenas con mi vieja cámara y construía memorias dentro de mi alma.

Hago una pausa. Suspiro y sonrío con estas líneas de viaje por mis recuerdos, al mismo tiempo que reviso y añado a mi lista de viajes, nuevos paisajes naturales que aún me faltan por visitar.


 

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