Las Camas


Mirar hacia arriba siempre ha sido uno de mis pasatiempos favoritos; hacia el cielo estrellado por las noches o hacia el cielo de día para descifrar las formas de las nubes. También, hacia el techo cuando estoy en cama. Cuando estaba pequeña me gustaba jugar de muchas maneras en ella y ni hablar de cuando brincaba sin parar hasta tocar el techo, era como si tocara el cielo; recuerdo que me acostaba y miraba hacia el techo para imaginarme historias con las figuras que tenían los tabelones; así mismo, me gustaba arrodillarme en el piso y armar encima de la cama, una especie de casa para mis barbies. Su división consistía así: en la cabecera, su cuarto, y de cama, mi almohada; en la parte del medio, la cocina y la sala y de sofás, mi sábana; y ya llegando a la parte de los pies, se encontraba el balcón y ascensor; debajo de la cama era el garaje donde la bicicleta y los zapatos convertidos en carro se encontraban siempre estacionados. En esa misma cama leía mis historietas, mis primeros libros; pero mi momento preferido era cuando mi hermana me leía por las noches los cuentos de nuestro libro favorito.

Luego... bueno, luego vinieron otras camas, de otros colores, de otras formas, de otros olores, en otros lugares. ¡Y las que aún faltan!

Acostumbrarse a ellas suele ser difícil, pero luego ahí estamos, leyendo de nuevo, llorando encima de la almohada por algún romance fallido o por algún error cometido, escuchando canciones preferidas, comiendo la cena, y sobre todo trasnochando viendo alguna serie o película, algún programa o documental.
Cuántos momentos, cuántos recuerdos... colchones manchados de sangre en una mañana como resultado de una fiesta hormonal, colchones compartidos y llenos de sudor, de saliva, de lágrimas, de gloria pero también de decepciones. Testigos silenciosos de momentos incómodos, de discusiones y reconciliaciones, arrulladores en momentos de cansancio físico y mental, espectadores en instantes de creación, pero también de enfermedades y muerte. Cómplices. De nuestra trayectoria, de nuestro crecimiento como personas, de nuestras aventuras. Son esas piezas del mobiliario imprescindibles en toda casa, en todo cuarto; principales testigos de nuestros sueños y pesadillas, de todos nuestros amores y pasiones, de nuestras tristezas y engaños. Lugar mágico donde podemos sentir como si voláramos a través de las nubes tocando ese cielo creado en nuestras mentes; un mundo aparte, un mundo particular al cual dejamos visitar y compartimos solo con quién queramos.

Desordenada, casi siempre. Y vestida ordenadamente solo en casas y lugares ajenos más que todo por manía heredada. Almohadas de muchos tamaños o colchones vacíos. Sábanas húmedas, cálidas o frías...

Ya no la comparto y no precisamente porque sea egoísta.

Se siente bien, es lo que pienso. Hay mas espacio, sobre todo por las noches cuando hay dolor en el cuerpo y doy vueltas como agujas de reloj.

Me volteo, miro hacia arriba y pienso que los techos han variado en todo este tiempo. Los techos, la temperatura, pero también y sobre todo, mi cuerpo.


 

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