¡Música!



Entre las tantas definiciones que la RAE tiene de la música, ésta es mi favorita: “Arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente.”
¿Qué sería de la vida… de mi vida sin música? Cualquier actividad que realizo, en cualquier lugar donde esté, la música siempre me acompaña. Mientras me baño, cocino y duermo… en la casa, carro y oficina… mientras viajo e incluso mientras escribo. Sí, soy adicta a la música y al efecto que causa en mí. Quizá sea debido a mi temperamento romántico por el cuál me identifico con éstas palabras de Cortázar: “¡Música! Melancólico alimento para los que vivimos de amor.”
Para escribir, trabajar y fusionarme con la inspiración necesito entre tantas cosas a la música, ella es la que me transporta hacia el lugar donde me encuentro conmigo misma y dejo salir toda mi esencia a través de mis dedos… Ella también tiene el poder de salvar como si de un súper héroe se tratase, de alegrar los días más grises, de consolar las caras más tristes, de conmover hasta las lágrimas; y es que cuando las palabras son insuficientes ahí es cuando la música habla y habla directamente al corazón, al alma.
La música, ese tipo de comunicación compuesto por sonidos, melodías y ritmos; esa expresión del ser humano que puede ser la risa de un niño, la voz del ser que más amamos, el sonido de nuestros corazones, incluso hasta el silencio más hondo… porque justamente en el silencio se esconden misteriosos sonidos que sólo descubrimos y escuchamos si nos concentramos en mente, alma y corazón.
La música como todo arte está encargada de comunicar a través del lenguaje del amor, y el amor es universal… Entonces, por ser algo intangible solo nos queda vivirla, sentirla, disfrutarla y transmitirla.

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