Cartas

“¡Es magnífico ser capaz de escribirle a alguien! Sentir que quieres comunicarle tus pensamientos, sentarte a la mesa, coger una pluma y escribir unas líneas me parece algo maravilloso. Aunque al expresarlo con palabras, quede una pequeña parte de lo que quiero decir. No importa. Solo por tener ganas de escribirle a alguien ya me siento feliz.”

Cuando leí estas líneas del libro Tokio Blues (Norwegian Wood), de Haruki Murakami, me sentí totalmente identificada.

Cada vez que le escribo una carta siento que el tiempo se detiene, que él es esa hoja o página en blanco frente a mí y que puedo expresar todo lo que siente mi corazón, alma y mente.

Por un momento pienso, ¿Será el poder de la escritura? O ¿Será el poder de nuestra conexión? Algunas veces le digo “Debo estar loca”, otras veces le escribo “¿Ves lo que provocas en mí?”… Imagino su risa.

He llegado a sentir que derramo azúcar a través de mis dedos cada vez que le escribo, sí; al principio me asustaba e incluso me apenaba pero ahora… bueno, ahora simplemente lo disfruto como adolescente enamorada.

Cuando escribimos o recibimos una carta se confirma la frase que dice: “No necesitamos tocar para sentir”; es una actividad mágica donde se comparten sentimientos, pensamientos, ilusiones, sueños y deseos.

“El amor se demuestra con acciones y las palabras se las lleva el viento” dicen algunos; sí, es cierto que es mejor demostrarlo en acciones, ¿Pero acaso “escribir” no es una acción? y, ¿No es genial imaginar que esas palabras pensadas, sentidas, fijadas en una hoja vuelen muy alto con el viento y lleguen hasta su destino, a la persona amada?

Siento que escribir cartas es una hermosa manera de comunicación, de llegar hasta esa persona mientras se está lejos, es una manera de acortar distancias y de hacer crecer la complicidad; pero sobre todo y ésta es mi parte favorita, es la manera de poder escribirle al final las diferentes conjugaciones del verbo amar deseando que luego en el reencuentro podamos convertir la del tiempo futuro en realidad.