1995
Domingo 18 de junio del año 1995, tercer domingo del
mes, día para celebrar a los padres. Nancy tenía todo listo o por lo menos eso creía,
para viajar con su esposo Pedro y sus cinco hijas hacia su pueblo natal, allí
donde sus padres vivían y donde a sus hijas les gustaba corretear. Eran las
10:00 am y aun todas sus hijas andaban de aquí para allá intentando decidir qué
muñeca, qué cartera o qué jean llevar, porque todas eran igual de coquetas que
su madre. Mientras su esposo metía algunos bolsos al carro, Nancy terminaba de
armar en la cava la comida para el viaje. Siempre que viajaban, ella cocinaba
unos bollitos picantes envueltos en papel aluminio que acompañaban con la mejor
guasacaca, según sus hijas. Las 10:30 am y Aníbal llegó para visitarlos y
desearle un “feliz día del padre” a Pedro, su amigo de toda la vida. Ambos lo
recibieron entre el caos y el apuro por el viaje. Mientras conversaban en la
sala, tres de sus hijas comenzaron a guardar lo que faltaba dentro del carro
junto con el regalo para su abuelo y las otras dos pequeñas aun andaban sube y
baja las escaleras metiendo de contrabando más juguetes y juegos de mesa de lo
permitido. Sonó el teléfono y Nancy contestó, hizo un gesto de negación con la
mirada perdida en aquel cuadro colgado en la pared de la sala, ese del paisaje
que le recordaba su lugar favorito; acto seguido dejó escapar un grito
desgarrador y comenzó a llorar, sus piernas se debilitaron y se desmayó. Por
fortuna, Pedro y Aníbal la tomaron antes de que cayera al piso y la sentaron en
el mueble más cercano. Una de sus hijas mayores corrió a la cocina para
prepararle agua con azúcar mientras otra corrió hasta el cuarto para buscar un
pañito y secarle el sudor que se había mezclado con las lágrimas. Otra buscó
entre las gavetas del ceibo el pote de alcohol para hacerle respirar y así
ayudarla a entrar en razón; todo esto mientras Pedro tomó el teléfono con
intriga para saber quién era y qué le habían dicho a Nancy, pero del otro lado
ya no había nadie solo se repetía el tono una y otra vez. Al respirar el aroma
a alcohol, Nancy se reincorporó, pero las lágrimas no paraban de salir de sus
ojos, tomó fuerzas y, como pudo, soltó palabras amargas para su boca y corazón:
‘Mi papá está muerto… Le dio un infarto temprano en la mañana…’. Sus
hijas mayores no lo podían creer y comenzaron a llorar junto a ella, Pedro sorprendido
por la noticia trató de calmarlas y Aníbal conmovido intentó consolarlos. Una
de las hijas menores que espiaba desde la cocina corrió llorando hacia su otra
hermana para darle la noticia.
El motivo del viaje ya no era el mismo, el paisaje
lució diferente a través de las ventanas del carro, la brisa era caliente y el
corazón de Nancy estaba dolorido. Cuando llegaron al pueblo, todo era tristeza
a su alrededor, su madre tumbada por el duro golpe apenas si podía dar pasos
para recibir a la gente que iba llegando. Nancy junto con sus cuatro hermanos
enterraron a su padre al atardecer del día lunes 19 de junio.
Nancy y su familia regresaron a su ciudad una semana
después. Los días pasaron, la vida continuó y aunque el conocimiento de la
verdad no alivió la tristeza que se sentía al perder un ser querido ella simuló
sonreír pues desde pequeña ella ha sido una mujer guerrera, valiente y con una
fortaleza increíble; cosa que les enseñaba a sus hijas día a día. Para cada una
de ellas, desde la más grande a la más pequeña, Nancy era un claro ejemplo a
seguir. Su hija menor de seis años de edad a pesar de haber llorado a su
abuelo, de haber visto tal sufrimiento en los rostros de su abuela, tíos, tías
y madre hace días atrás, ella ya andaba correteando de aquí para allá, jugando,
cantando, brincando… La tarde del 30 de junio se le acercó a Nancy y luego de
acariciarle el cabello le dijo que no se preocupara pues el abuelo solo estaba
dormido. Nancy conmovida tomó las fuerzas brindadas por su pequeña hija, se
levantó del mueble y le dijo que se preparara pues saldrían al cine esa misma
noche a ver la película que tanto deseaba ver: ‘Power Rangers’ que se estrenaba ese mismo día.
El proceso de aceptación continuaba, Nancy sentía que el
mes de julio pasaba lentamente, el no poder ver o hablar con su padre le
pesaba, pero también el no poder estar con su madre que se encontraba en su
pueblo. Lo bueno era que el 14 de agosto se celebraba el cumpleaños de su madre
y ella viajaría junto con su esposo Pedro e hijas para visitarla. Un par de
días antes del cumpleaños, uno de sus hermanos la llamó pues su madre había
caído enferma y se encontraba en el hospital por los altos valores de azúcar en
su sangre. Nancy sintió una vez más desespero en su corazón y sin pensarlo
mucho decidió pedir permiso en su trabajo para irse a cuidar a su madre dejando
a sus hijas a cargo de Pedro que siempre fue muy bueno cuidándolas. Sus dos
hijas menores querían ir con ella, pero ella les aseguró que solo serían un par
de semanas. Su plan era regresar con su madre a la ciudad después de que ella
se recuperase.
La madre de Nancy aún estaba desolada por la pérdida
de su esposo, esa era una de las razones de su recaída con la diabetes, pero
gracias a Nancy y sus hermanos ella pudo recuperarse. Sin embargo, Nancy no
pudo convencerla de llevársela a la ciudad, ella prefería quedarse en su casa,
allí donde vivió con su esposo por tantos años y donde vio a sus hijos crecer,
además debía cuidar a las gallinas y cochinos del patio trasero de la casa y también
continuar con las clases de manualidades a las madres solteras y muchachitas
del pueblo. Nancy se quedó dos semanas más para ayudar a su madre, ambas
necesitaban ese tiempo para compartir, sanar heridas y de alguna manera
sobrellevar la perdida juntas. Los días pasaron rápido, Nancy debía regresar a
trabajar y ayudar a Pedro con las niñas a las cuales extrañaba locamente. Les llevaba
un regalo a cada una además de una caja de galletas de mantequilla y un frasco
grande de dulce de lechosa a Pedro, sus postres preferidos hechos por la
abuela. Nancy se despidió de su madre y hermanos en el terminal de autobuses y salió
a las tres de la tarde rumbo a su casa un viernes 1 de septiembre. Nancy casi
no dormía cuando viajaba, pero estaba muy cansada y aunque en el asiento
trasero iba una madre con su niño pequeño llorando sin parar y a su lado iba
otra niña inquieta moviéndose en el asiento ella cayó rendida en los brazos de
Morfeo. Como a las cuatro de la tarde un ruido estruendoso la despertó, abrió
los ojos y todo volaba a su alrededor, maletas, bolsas, cobijas, vidrios rotos,
pedazos de metal y asientos, había sangre por todos lados, gritos, muertos y
heridos. Ella estaba viva pero aprisionada entre los asientos, un tubo de metal
le perforaba su pierna derecha y el dolor era insoportable; Nancy pensaba
constantemente en sus hijas y esposo mientras un grupo de personas le ayudaban
a sacarla del autobús. Nunca perdió el conocimiento. Desde el pavimento pudo
ver como llegaban algunas ambulancias, personas desconocidas ayudando a sacar
las pocas personas vivas y también a los curiosos pararse solo para observar y
comentar entre ellos. Pudo ver como llegaban algunos maleantes insensibles los
cuales se acercaban para hurgar entre las maletas y robarles, como si a
aquellas personas les importaran sus cosas materiales en ese momento. Luego de
una hora, la ambulancia la recogió para llevarla al hospital, el amor por su
familia le daba fuerzas para mantenerse despierta, para mantenerse viva aun
cuando la ambulancia en el camino haya chocado y otra parte de su cuerpo haya
resultado herida: su brazo. Al pasarla a la otra ambulancia ella recordó la
promesa que le había hecho a su hija menor: llevarla al cine en noviembre a ver
el estreno de “Toy Story” esa
película donde los juguetes cobran vida, loca idea que sus hijas habían
imaginado por tanto tiempo y que ahora la habían hecho realidad a través de
dibujos animados. Cerró los ojos fuertemente y le pidió a su padre que le
ayudase, que a pesar de extrañarlo no quería reunirse con él pues sus hijas aún
la necesitaban.
Luego de un año y medio en diferentes hospitales Nancy
fue dada de alta, todos decían que era un milagro, sus hijas y su esposo Pedro
estaban felices de tenerla de regreso en casa y ella, que de alguna manera
había renacido, estaba agradecida por la oportunidad de seguir viendo crecer a
sus hijas, de seguir compartiendo su vida con Pedro, de las visitas constantes
de su madre y de las salidas al cine en familia.
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