Entre risas, miradas y cafés




Una tarde sentada en el café de siempre, ella leía “De amor y de sombra” de Isabel Allende; él simplemente la observaba desde otra mesa. Le gustaba su capacidad de concentración, ver sus gestos y escuchar sus suspiros.
La mesonera lo interrumpió por un momento para entregarle  su café americano con galletas mientras que a ella le llevó un mocaccino; ella le agradeció y le sonrió a la mesonera, él inmediatamente pensó que podía iluminar hasta el rincón más oscuro solo con su sonrisa.
Ella bebió el primer sorbo mientras él mordía una de las galletas. Luego de un rato y no por casualidad (porque las casualidades no existen), ambos subieron sus rostros al mismo tiempo y sus miradas se encontraron; en ese momento sus corazones interpretaron una música que nunca antes habían escuchado.
Sostuvieron sus miradas por varios minutos y lo que por un momento parecía un reto luego se convirtió en un placer para ambos. Ella dejó el libro a un lado y río tímidamente cuando vio que él se había equivocado al tomar el pequeño florero que se encontraba en el medio de su mesa, en vez de su vaso de café americano; él apenado corrigió su error y bebió de su café mientras reía apenado. Ella pensó que era muy tierno, cualidad que hasta ese entonces ella creía estaba extinguida entre los hombres.
Terminaron sus cafés casi al mismo tiempo, pagaron y al salir se pararon frente a frente; sonrieron, se miraron, él se presentó en un idioma diferente y ella le contestó diciéndole su nombre. Seguidamente, a través del brillo de sus ojos ambos supieron que en esta vida hay cosas demasiado complicadas y profundas para poder explicarlas en cualquier idioma, por eso en ese momento les bastó comunicarse a través de pequeños gestos: entre risas, miradas y cafés.





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