Días en terminales


Ya sea por estudios, trabajos, necesidad o placer, casi siempre suelo viajar en autobús y por ende frecuentar terminales.
Decisiones vagas como sentarme en el asiento de la ventana o el pasillo ya no tienen tanta importancia para mi; y aunque soy más de pasillo, cuando me toca ir en el asiento de la ventana siempre disfruto ver a través de ella hasta quedarme dormida.
Normalmente en los terminales las personas siempre van a lo que van: comprar pasajes, montarse en el autobús e irse a su lugar de destino, algunos a despedir a sus seres queridos y otros a recibirlos.
Pero si aislamos un poco el ajetreo del ir y venir y observamos bien a nuestro alrededor podemos ver que hay otras acciones, otros detalles, cada persona viviendo sus propias situaciones, persiguiendo a su modo, la felicidad o quizás simplemente solo viviendo.
Como aquel hombre que hablaba con su novia por teléfono diciéndole que no podía vivir sin ella mientras que al mismo tiempo resolvía un crucigrama; o aquella mujer que coqueteaba con un par de chicos para que al final le ayudaran a pagar el pasaje. Niños corriendo emocionados porque visitarán a sus abuelos o conocerán lugares nuevos, otros dormidos, cansados en brazos de sus padres; personas comiendo apresuradas o comprando regalos de última hora; algunos llorando porque se van y otros sonrientes porque llegan; novios que se despiden con gran pasión y otros que discuten en medio del lugar y se alejan  enfadados; los que no miran hacia ningún lado pues están concentrados en sus teléfonos celulares y los que sentados leen un libro o el periódico del día.
En cada viaje observo personajes y situaciones infinitas, narradores de historias que actúan silenciosamente refrescando mi vida y que aunque ellos no lo sepan, pertenecen a ese mundo enigmático, divertido y a veces un poco abrumador de mis días en terminales.



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