La niña que despreciaba el dulce
Gaby es una niña de 7 años de edad,
le gusta jugar con sus muñecas y crear historias con ellas, le gusta bailar
porque cuando sea grande quiere ser bailarina y le gustan las flores, árboles y
montañas.
Podría decirse que ella es como
cualquier niña de su edad, pero no es así… pues Gaby es una niña que desprecia
el dulce, las golosinas, y cualquier postre que ve, huele o le ofrecen. Sus
padres la llevan de paseo a las mejores pastelerías pero solo su hermano mayor
es el que disfruta de los pastelillos. En las fiestas, los amigos de Gaby
disfrutan de su desprecio por los dulces pues les ofrece los de ella sin
parpadear. Su padre cree que es porque
está mudando los dientes, su hermano mayor dice que es porque simplemente ella
es una niña extraña; y su madre, bueno, ella confía en que es pasajero, por eso
se esmera cada fin de semana en la cocina para prepararle diversas recetas de
postres y dulces.
Y en efecto, Gaby no siempre fue
así. Todo empezó el día en que su abuela partió al mundo donde la luna y el sol
sonríen, las nubes cantan y las estrellas bailan. Gaby sabe que su abuela se
encuentra en ese lugar mágico, pero aún así la extraña, extraña su aroma,
extraña su voz, sus cuentos y sobre todo sus galletas de mantequilla. Para Gaby,
ésas son las mejores galletas del mundo, ninguna se les parece, ni siquiera las
que su madre hornea para ella. Así que desde ese día decidió que dejaría de
comer cualquier cosa dulce, pues nada podía satisfacer su paladar. Lo que Gaby
no sabe es que su abuela la vigila desde una nube, y no le gusta para nada que
desprecie los postres, sobre todo los que su madre hace para ella; por eso, un
día decidió visitar a Gaby en sueños para conversar con ella.
Gaby brinca de la emoción al ver una
vez más a su abuela, la abraza y le da besos en su mejilla. Le dice cuánto la
extrañó y cuánto la extraña, su abuela le sonríe y le entrega una galleta de
mantequilla, Gaby sonriente inmediatamente se la come, le agradece y le pide
que le lea su cuento favorito; ella accede pero con la condición de que cuando
despierte vuelva a comer dulces. Gaby duda por un momento pero su abuela le
dice que si lo hace, ella podrá volver a visitarla en sueños. A la mañana
siguiente Gaby se despierta muy alegre, le cuenta a su madre el sueño y ella
conmovida la abraza, dejando escapar un par de lágrimas pues lo que ella
suponía era verdad: Gaby extrañaba a su abuela. En la tarde, a su madre se le
ocurre una idea: hornear juntas las galletas con la receta de la abuela; Gaby
accede, ambas se colocan sus delantales, encienden la radio con su música
favorita y comienzan a preparar las galletas. Ese día tanto Gaby como su madre
disfrutaron del momento, rieron, bailaron y finalmente merendaron “las galletas de la abuela” con té.
A partir de ese día Gaby come y
disfruta de los paseos con su familia a las pastelerías, come tortas y golosinas
en las fiestas con sus amigos; pero sobre todo, disfruta de las galletas que su
madre hace con la receta de la abuela, además adora poder compartir con su
madre en la cocina mientras las preparan y adora poder reunirse con su abuela
cada vez que sueña por las noches.
Gaby dejó de ser la niña que
despreciaba el dulce, ahora incluso, además de querer ser bailarina cuando sea
grande también quiere ser pastelera. Y desde el lugar donde la luna y el sol
sonríen, las nubes cantan y las estrellas bailan, su abuela la observa, la
cuida, y procura de que nunca se le olvide de que los niños tienen que ser
niños, tienen que jugar, reír, aprender y comer dulces… Ella siempre le
recuerda a Gaby que los abuelos son los ángeles de los nietos.
Ilustración: Sarabel Ramos.
Fuente: http://sarabelramos.blogspot.com/
Comentarios
Publicar un comentario