El personaje que yo busco
Texto Ponencia de Inés Muñoz Aguirre,
Del I Encuentro de Guionistas, año 2012,
Caracas - Venezuela.
Un dramaturgo es como un detective,
es un ser apasionado que vive las 24 horas del día amarrado a su profesión. Si
no, estemos claros, no es un dramaturgo. De su alma tiene que colgar una buena
lupa para ver lo pequeño, un bisturí de punta de diamante para diseccionar el
cadáver que investiga en la mínima expresión de su vida, un microscopio bajo el
cual colocar la molécula más pequeña que ha sido capaz en una sumatoria de
generar por igual un sentimiento puro como un sentimiento perverso. Debe usar
guantes, de eso no tengo dudas, como para moldear al personaje amparado en la
majestuosidad del creador, pero sin contaminarlo. Tiene que sujetarse a fuertes
dosis de paciencia porque como suele suceder, el acto creativo propicia el
nacimiento de unos seres que luego pretenden vivir por sí mismos y terminan
diciendo cosas que no nos gustan. Lo cual debemos respetar porque en la
diferencia está la base para poder progresar. Lo importante es que una vez
llegada esta etapa tengamos la capacidad de sentarnos frente a frente e
incentivarlo a arrancarse la piel pedazo a pedazo para que nos permita ver que
hay bajo la capa que lo cubre. Tenemos que verle como dice Rodolfo Santana la
planta de los pies y saber cómo es la huella que deja a su paso.
No creo en los personajes que se
quedan tal cual como se desdibujan la primera vez que tocan a nuestra puerta.
Nos miran y los miramos como que si ya la convivencia nos ha anulado uno frente
al otro. No creo en los personajes que nos pasan por el lado en la calle, que
se montan en el autobús o que amanecen durmiendo en las jardineras de la
estación Francisco de Miranda, si no son capaces de invitarme a pensar en ellos
todo el día, si no son capaces de hacerme imaginar lo que es y lo que no es. Si
no son capaces de oler, de asombrarme y de asaltar mi cama cuando abro los ojos
desvelada.
Cierto que dentro de cada creador
nacen y renacen cientos de personajes, pero sólo se consolidan como tales los
que nos comen las entrañas. Los que nos persiguen, los que son capaces de
mortificarnos hasta el extremo de que en algún momento nos planteemos que los
vamos a dejar en la mitad del camino. Que renegaremos de ellos hasta el
cansancio, todo con el único objetivo de no sucumbir ante sus deseos. Esos son
los personajes que busco, los que me hacen entender que la vida no es sólo como
yo la veo, que no todo el mundo vive como yo, ni tiene mis mismas necesidades.
El personaje que yo busco no sólo me tiene que confrontar, si no que tiene que
ser reflejo de un tiempo, de una condición social, de un carácter intelectual
tan específico que lo haga irrepetible, como son irrepetibles los seres humanos
de verdad, los de carne y hueso. Aunque el secreto está en que no deben haber
diferencias entre el que es de papel y el que le corre la sangre por las venas,
porque al final uno necesita del otro para ser representado.
El personaje que yo busco es el que
genera a partir de sí mismo lo que ocurre a su alrededor. No puedo concebir una
réplica de aquel que se dice por encima del bien y el mal, que no se ve
integrante de la comunidad a la cual pertenece, causa y efecto, blanco o negro,
silencio o ruido, angustia o calma.
No me gustan los personajes que los
son sólo porque necesitamos de ellos para contar una historia. Nuestros
personajes tienen que ser parte de nuestra sociedad, sin disfraces,
transparentes, entregados a preñar nuestras ideas, de lo contrario repetimos
nuestras historias hasta circunscribir nuestro imaginario a un redundar de
ranchos, crímenes, montañas desforestadas para dar paso a la pobreza con sus
altos y sus bajos. Pobreza que se repite una y otra vez hasta sumergirnos en la
proyección de una sociedad que pareciera sin aristas, sin salidas posibles, que
pareciera no tener otra cosa que contar. Nos hemos vuelto persistentes,
maníacos, obsesionados de la orilla de la quebrada y el arma en la mano
adolescente, de la mujer prostituida y el cadáver en medio de la calle. ¡Y no
somos sólo eso!
Yo busco en el espejo, en el
desagüe, bajo la sombra del árbol al personaje que se abre el corazón para
brindarme una buena historia de país. Nueva por no tratada porque somos un país
maravilloso, entretejido de tanta confluencia, lo que nos hace especiales, lo
que nos diferencia hasta por nuestra propia geografía que varía de una región a
otra, pariendo silencio a la sombra de la montaña o voces desgarradas a la
orilla del mar. Seres desconfiados sobre las estepas o taciturnos bajo el frío
blanco del pico de los Andes.
Buscar los personajes es una tarea
ardua en la que hay que ser persistentes. Tenemos que escarbar nuestra
tierra hasta dar con el baúl donde
suponemos el tesoro escondido y de esa historia atropellada, hacer la fuente de
la indagación, del cuestionamiento, del principio y el fin con el que se
construye una trama. Propuesta que de tanto investigar se vuelve letra, canto
continuo, página tras página en la espera del director adecuado. ¿Y quién es
ese o esa? El que es capaz de enamorarse de lo escrito, el que aún así no se
conforma y también pretende buscar más allá, el que también desea llegarle al
alma a ese personaje que ya vive por sí mismo, a la historia que más que una
fotografía de lo que somos es una radiografía que nos pondrá frente a frente
con nuestras propias entrañas.
El cine, nuestro cine debe ir más
allá que el marco en el que se cobija una idea que preñó a un creador una tarde
de disertaciones, tiene que ser el lugar que permita la reunión de esos
personajes feroces que nos atormentan, de esas personas cuyas historias
parecieran escritas con sangre, aun cuando nos arranquen una sonrisa. El arte
real, el que trasciende, el que rompe las fronteras para hablar afuera de lo
que somos es tan humano, tiene tanto sudor y tanta lágrima que se vuelve
universal y se anuda en la garganta de cada espectador, se va con él a su casa
y le invade la cama y la almohada hasta quitarle el sueño a él también.
El personaje que yo busco se le
escapa a uno por completo para vivir mil vidas afuera de su contexto inicial.
Su evolución y crecimiento debe producirse hasta el punto en que un día quizá
nos tropecemos con él en una esquina y seamos capaces de entender que no es
nuestro y que al igual que un hijo le gestamos, lo vimos crecer y luego se fue
a recorrer el mundo sin que le hiciera falta nuestra mano para tener un guía.
El personaje que yo busco comienza a vivir para siempre.
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