Anhelos del Corazón

 



Sabrina era una niña de cinco años de edad. A ella le gustaba mucho dibujar. Cada día tomaba una hoja en blanco y comenzaba a crear historias a través de sus dibujos. Su color favorito era el azul, quizá por eso una de sus cosas favoritas en sus dibujos era el cielo y sus nubes.
Pero lo que nadie sabía, ni siquiera sus padres era que Sabrina tenía el don de dibujar los anhelos del corazón.
Un día en el parque mientras paseaba con su madre, observaba a una abuelita que descansaba sentada junto a su perro; tomo hoja y colores de su bolso, dibujó rápidamente y junto con su madre se acercaron y se lo entregaron. Cuando Sabrina y su madre se fueron, la abuelita se sorprendió y conmovió hasta las lágrimas cuando se percató de que la había dibujado a ella en una versión más joven bailando sobre un escenario. Así mismo sucedió en una fiesta de unos amigos de sus padres, ella dibujaba junto a los demás niños y cuando uno de ellos le pidió que le dibujara algo, Sabrina le dibujó una pista de carreras y en el carro ganador le escribió (en garabatos) el nombre del niño; el cuál se le acercó emocionado e impresionado por aquella revelación y le dio un beso en la mejilla como premio. Aquel niño fue para Sabrina su “primer amor”.
Sabrina sabía lo que tenía que dibujar solo con ver a la persona, con sentir su vibración y su energía… pero los adultos muy poco se daban cuenta de esto, pues ni siquiera ellos mismos se detenían a pensar o a sentir lo que de verdad querían, soñaban o anhelaban.
Y así creció Sabrina, dibujando y regalando sus obras a las personas a su alrededor. Cuando cumplió once años se dibujó a ella misma volando por el cielo que pintó de color azul intenso rodeada de un par de nubes y algunas aves que la acompañaban. En su casa todas las paredes estaban decoradas con sus dibujos y su madre ya había comenzado a sospechar que el talento de su hija iba más allá; pero ya era demasiado tarde pues una tarde del mes de diciembre Sabrina exhaló su último suspiro en su cama mientras soñaba que volaba por los cielos y atravesaba las nubes en compañía de pájaros de colores.
Nadie se lo esperaba, pero una parte de ella sí lo sabía… Ya era hora de regresar al cielo, ya había repartido suficientes pistas entre los adultos y niños, solo esperaba que su labor fuera aprehendida por todos y que aunque sea por momentos se detuvieran a reflexionar sobre esos anhelos que sus corazones y almas sentían.
  
Texto dedicado a mi tía, Inés A. Díaz Zamora.


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