M de Mundial
Mi gusto por el fútbol viene de mi padre. Él jugaba cuando era joven en el equipo del seminario donde estudiaba. Desde pequeña me sentaba junto a él a observar partidos en la televisión mientras con pasión me explicaba las reglas del juego.
Nací en el 88 y aunque en el 90 fue mi primer mundial, no fue sino hasta el mundial del 94 cuando comenzó esa curiosidad y agrado por este deporte. Quizás porque ya con seis años era un poco más consciente de las cosas a mi alrededor.
Recuerdo que en todos lados veía a la gente emocionada; en cada galleta, refresco o caja de cereal estaba presente la mascota oficial; ese año fue el perro Striker, y a mí me encantaba, me recordaba a los dibujos animados que siempre veía. Años más tarde entendí porqué me parecía tan simpático en aquella época, me enteré de que había sido creado por el estudio Warner.
Ese año Brasil le ganó a Italia por penales y mi padre no pudo estar más feliz. Verán, en nuestro país natal el deporte popular siempre ha sido el beisbol y aunque exista afición, jóvenes promesas, talento y pasión por el fútbol, el beisbol se lleva siempre la luz brillante de los reflectores. Con decirles que en toda la historia ¡jamás hemos podido clasificar! Nos dicen ‘la cenicienta’ del fútbol y eso ha sido una marca que tendremos que llevar hasta que podamos conseguir a la perfecta hada madrina que nos ayude a ir al baile.
Por ello, mi papá aunque siempre apoye a nuestra selección, cuando toca mundial le va a Brasil. Le gusta su estilo de juego, sus ojos le brillan cada vez que los ve jugar. Pero mi papá es un romántico de Suramérica, así que en realidad, todos los equipos de América del Sur tienen a un hincha fiel. Argentina, Uruguay, Ecuador, Perú... Él, le es fiel a nuestros orígenes y estilo sudamericano.
En el mundial del 98 ya contaba con diez años de edad, cursaba el 4to grado de primaria y recuerdo a mi padre triste por la victoria de Francia. Yo en cambio me la pasé cantando y bailando la canción oficial ‘la copa de la vida’.
Ya en el siguiente mundial, estaba en plena adolescencia, la copa del mundo Corea y Japón la viví como nunca. Me compré el primer álbum de barajitas y cada vez que salía de clases, pasaba por el kiosco a comprar dos o más sobres. Luego, en el colegio intercambiaba con mis compañeros y así lo fui llenando de a poco.
A mi me gustaba y me gusta aún, que esa pasión por el fútbol, por el mundial, traspasa la barrera del deporte, pues hay un montón de detalles que si observamos, a algunos podrá parecerles consumista, otros hablarán de fanatismo, obsesión, machismo, en fin... pero a mí me parecen interesantes y hasta divertidos y educativos. Sí, es mercadotecnia, ver en todos lados a su mascota oficial, o escuchar sus canciones en cada rincón o la venta desmedida de camisetas, balones, albúm de barajitas y demás ‘accesorios’ que elaboran para nuestro consumo. ¿Para qué mentir? Pero detrás de cada empresa, cantante, supermercado, kiosco, etc. hay una historia detrás y cada una de esas historias están unidas por un mismo motivo, el Mundial de Fútbol.
Para mí, el fútbol y el mundial significan pasión, juego de emociones, brincos, gritos, abrazos y sonrisas.
Mi padre fue feliz al ver a Brasil ganarle a Alemania en el 2002. Yo fui feliz porque por fin en mi vida había llenado completo un albúm de barajitas. Nunca tuve una selección favorita, hasta ese año que debido a mis hormonas y a Iker Casillas, me hice hincha de la selección Española. A partir de entonces comencé a ver los partidos de la Liga Española, me hice hincha del Real Madrid y no paraba de gritarle al televisor cada vez que veía un partido en casa los fines de semana. Continué llenando álbumes y hasta en las paredes de mi cuarto colgaba pósters de la selección española, y del Real Madrid.
Y así, seguí hasta el Mundial siguiente.
Año 2006, dieciocho años de edad y comenzando la universidad.
Esa vez ganó Italia, con toda una polémica para Francia y sobre todo para Zidane. Recuerdo que con mis compañeros nos sentábamos a ver los partidos en los bares de la ciudad o hasta en el cafetín de la universidad. Los profesores nos buscaban en todo el campus para llevarnos a los salones, y recuerdo que las veces que no podíamos ver los partidos, sintonizábamos la radio en nuestros celulares y escuchábamos cada detalle a través de los auriculares.
Ese mundial fue una locura de travesuras y emociones para mí, fue importante también porque justo un día antes de su inauguración, debuté como tía de un hermoso niño al cuál ya le había comprado camisetas de mi selección y equipo favoritos.
Tuve la suerte de que mis compañeros y amigos de la universidad también amaban este deporte; conversábamos, debatíamos y nos juntabamos a ver partidos aquí o allá. A veces ellos se juntaban los fines de semana para jugar las famosas ‘caimaneras’, yo nunca fui a verlos pero cada lunes llegaban a clase narrando sus partidos.
A mí me hubiese gustado jugar al fútbol, pero desde los doce años no pude practicar ningún deporte por la deficiencia de cartílago en mis rodillas. Así que me conformaba con ver partidos en casa con mi padre o en la calle con mis amigos.
Cuatro años después llega mi mundial favorito, el del 2010 en Sudáfrica, el que ganó España, el del Pulpo Paul, el del Waka Waka, el de mi otro álbum lleno, el que me hizo prender algunas velas a la barajita de Iker Casillas para que parara cada balón que se dirigiese a él. Una locura total.
Las amigas con quién vivía se reían de mí, pero también disfrutaban cuando mis amigos iban al departamento a ver algún partido. Estaba a punto de graduarme, solo me quedaba la tesis así que pude ver los partidos sin problemas de clases y exámenes.
Celebré ese mundial y la final como nunca, grité como loca hasta perder la voz y salí con mis amigos a celebrar por la ciudad.
Ese año, mi hermana mayor dio a luz a su segundo bebé, esta vez fue una niña. Y a ambos, desde pequeños les digo que son mis sobrinos mundialistas.
La sede del Mundial 2014 fue Brasil, mi padre lo vio desde casa, Brasil no llegó a la final y Argentina que era su segundo favorito perdió en la final ante Alemania. Ese año sucedieron varias cosas a mi alrededor, a nivel personal y emocional sobre todo. Estaba desempleada, y mi abuela había fallecido un mes antes de iniciar la competición. Para mi no fue nada memorable. Y la guinda del pastel fue la eliminación de la selección Española en fase de grupos.
Cuatro años después, todo en mi vida había cambiado. Mi familia y yo llevábamos dos años de haber emigrado a otro país, a México, un país más futbolero que el nuestro. Los partidos del Mundial de Rusia en el que ganó Francia, los vi en la oficina de la empresa donde trabajaba. Sí, nuestra jefa nos consentía, y ese mes en medio de la oficina nos dejó un televisor para ver los partidos. Recuerdo que al llegar a casa después del trabajo conversaba con mi padre sobre los partidos y las jugadas aunque la selección de Brasil y de España no llegaron muy lejos esa vez.
Para mí, los momentos de pasión futbolera con mi padre ocupan un lugar especial en mi corazón, en mi vida. Esas sonrisas cómplices y gritos alocados al televisor, esos brincos en la sala, incluso, esas discusiones o desacuerdos por alguna jugada, son importantes para mí, y estoy segura que para él también.
Este año decidí no tener nada importante de entregas a clientes o reuniones, solo para quedarme en casa durante el mundial y así poder ver junto a él cada partido. Y aunque esté tan presente la polémica de los muertos y heridos por la construcción de sus estadios, además de todas las normas y prohibiciones; y aunque exista, como siempre, según yo, polémicas de lavado de dinero, mafias, etc; yo me guío y dejo llevar por la pasión del deporte, y sobre todo por el cariño y amor inmenso que le tengo a mi padre, a mi viejo. A sus 74 años de edad, será testigo de su mundial #18. Podría decirse que cumplirá la mayoría de edad mundialista. Con cada partido sé que recordará sus años con su equipo en el seminario, y yo estaré encantada de escuchar una vez más sus anécdotas y añoranzas.
Podre ser egoísta, pero lo seré solo por un mes. Por él, por el mundial y por el fútbol.
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