Vida Invisible

 


Asomada en la ventana de aquella habitación del hotel deshabitado de la esquina, estaba ella aún esperando a que alguien viniera a visitarla.

Lleva un vestido hermoso de encaje beige, cabello largo y suelto, y pantimedias un poco rotas. Debajo de la mesa donde se encuentra el televisor está uno de sus zapatos, un tanto sucio y de tacón roto. Ella no se ha dado la molestia en buscar el otro pues prefiere estar descalza, así puede sentir la humedad y la pureza del césped debajo de sus pies, así puede sentir algo en su alma, algo diferente a la oscuridad a la que esta condenada. Sonríe al ver que unas gotas de lluvia comienzan a caer; su clima favorito es el de nubes grises, porque así su habitación se mantiene fría, sensación que comenzó a sentir desde la primera noche que comenzó a vivir allí. A pesar de ser la única habitante de aquel lugar, allí su existencia era diferente, un poco monótona pero sin duda segura. Allí se sentía dueña del mundo, se inventaba parlamentos, podría gritar, bailar y cantar sin miedo; todo y más en aquel pequeño mundo donde fragmentos de naturaleza y ella se conectaban. Era un pequeño paraíso... a pesar de todo.

Sus ojos brillaron al ver entrar un pájaro por el agujero que hay entre la pared y el techo. Al posarse en el vestigio de cama, ella intenta acercarse pero el pájaro decide volar y salir por donde entró. Aquellos eran momentos efímeros pero de gran valor para ella, y eso mantenía su espíritu con vida.

Vida. Esa que tenía cada planta y cada pedazo de césped en su habitación, o incluso aquellos animales que de vez en cuando se acercaban a refugiarse. Vida, esa de la que aún estaba rodeada pero le hacía tanta falta a ella. Una de las cosas que más extrañaba de sus días de convivencia humana eran aquellos donde se sentaba junto a sus amigas a conversar en las sala de estar de sus casas, esos días que olían a libro, a té y a galletas o pasteles caseros; o aquellos días donde salía a comprar verduras y frutas en el mercado popular. Pero sobre todo, ella extrañaba los días dónde podía estar en la habitación de su casa viendo como sus actores y actrices favoritas vivían miles de historias diferentes, rodeados de múltiples paisajes, hablando distintos idiomas. Era una soñadora, y aún en aquella habitación húmeda y oscura lo seguía siendo.

Sueños que no pudo ni podrá hacerlos realidad. Ya no. Y aunque había pasado mucho tiempo desde que se dio cuenta de su situación, ella se aferra con esperanza un tanto demencial pero esperanza al fin, de que en algún momento pueda romper esa condena que la ata a aquellas cuatro paredes.

Encender la televisión allí no era una opción, sin embargo cuando el cielo oscurecía ella se sentaba en frente e imaginaba historias dentro de él. Historias donde ella era la protagonista y donde podía consumir todos los amores que su corazón anhelaba, donde podía ser héroe o villana, amante o esposa, pero sobre todo donde podía ser libre como en sus días vitales. Aquellas imágenes pasaban nítidas de su imaginación a la pantalla apagada.

Toda la ruina a la que su alma estaba destinada a vivir desaparecía en aquellos momentos de sigilo y creación nocturna, a pesar de lo caótico de su entorno y a pesar de lo absurdo en que se había convertido su invisible existencia.

 

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