Corazones cálidos

Desde pequeña, la época navideña ha sido mi favorita y no por los juguetes, sino por los colores, los adornos, la música, la comida y sobre todo, por esa alegría que contagiaba los corazones de todos a mi alrededor.
Cuando estaba pequeña viajábamos hasta la casa de mis abuelos y allí reunidos todos en familia se pasaba un buen momento. Jugaba y corría con mis primos por el patio, nos sentábamos a escuchar las historias del abuelo en el porche o a comer las galletas y helados de la abuela.
Luego de que mi mamá tuviera el accidente, muchas cosas cambiaron.
Y en casa, aún con mi mamá en el hospital, mis hermanas y papá siempre se esforzaban para que tuviese esa "feliz navidad", con todos esos adornos que la hacen ver bonita por fuera pero también con lo más importante: con el amor cálido que daban a través de un abrazo, de unas cuantas palabras, y con la enseñanza de siempre ver las cosas a través del corazón.
Cocinaban platillos deliciosos, decorabamos  la casa de arriba a abajo y escuchábamos gaitas, parrandas y aguinaldos. Siempre conseguían la manera de que pudiera entrar a las visitas en el hospital, incluso me hacían pasar por enferma para poder entrar a escondidas en el cuarto de mi mamá y así poder verla. Allí le contaba las historias de la escuela y jugaba con ella con los nuevos juguetes que el niño Jesús me dejaba.
Mi amor por la magia de la navidad creció aún más cuando le atribuí a ese niño Jesús, el milagro de que mi mamá mejorara y los doctores la dejaran ir a casa.
Y así crecí, creyendo en la magia y en los milagros...
La navidad ocurre como tradición cada año, y más allá del significado religioso que puede llegar a tener, la navidad existe para que ese niño que vive en nuestro interior vuelva a motivar nuestros corazones, vuelva a hacernos nobles, vuelva a hacernos creer.
Esa es la misión: mantener la ilusión, la esperanza y calidez pero no solo en esta temporada, sino por todo el año... por el resto de nuestras vidas.