Caótica y revuelta
A
Gabriela le gustaba tener todo bajo control, planificaba las cosas con
antelación, trataba de que todo en su vida estuviera en orden con excepción de
su cama que siempre la mantenía arrugada, con una almohada aquí, la otra allá, el
pijama tirado bajo la sábana y la cobija amontonada en una esquina.
Era
muy persistente y testaruda en cuanto a sus planes se refería… Y le
gustaba soñar, soñaba mucho.
El
lugar donde vivía Gabriela estaba experimentando cierta degradación, la miseria
material reinaba en cada esquina y peor aún, la miseria de alma y corazón se
había apoderado de la gente a su alrededor.
En
medio del caos ella había puesto su esperanza en un nuevo proyecto; ese nuevo
plan tenía también fines románticos, llevaba por nombre Antonio, así que
Gabriela contaba con toda la motivación necesaria.
Mientras
corrían los meses, Gabriela estudiaba un nuevo idioma, trabajaba y en las
noches organizaba todos los documentos que necesitaba para ese gran viaje que
estaba decidida a emprender.
Fue
un sábado en la tarde, el día en que todos sus planes se desviaron, su mundo se
tambaleó y todo lo que ella creía que estaba ordenado de repente comenzó a
venirse abajo… Estaba sentada frente a su computadora cuando escuchó que su
madre la llamaba desde el otro lado de la casa.
Gabriela
entró al cuarto y vio a su madre acostada en la cama sufriendo un ataque al
corazón, al mismo tiempo su padre y dos de sus hermanas entraron al cuarto e
inmediatamente tomaron a su madre para llevarla al hospital. El sudor comenzó a
correr con rapidez por todo su cuerpo y podía escuchar cómo latían las venas de
su frente, a los ojos de Gabriela todo sucedía borroso y en cámara lenta, todo
lo escuchaba lejano como si tuviera tapones en sus oídos.
De
repente comenzaron a surgir recuerdos en su mente de hace veinte años, cuando
su madre había sufrido un accidente automovilístico: los mismos sentimientos,
la misma desesperación, el mismo vacío lo estaba volviendo a experimentar; repentinamente
todos sus planes futuros comenzaron a desvanecerse como hojas de papel en el
mar.
Al
mismo tiempo en aquel lugar donde vivía Gabriela, las cosas empeoraban, los
hechos violentos aumentaban y la energía física de casi toda la población había
comenzado a desvanecerse.
En
el mundo de Gabriela ya no solo su cama era la que estaba caótica y revuelta.
Una
semana bastó para la recuperación de su madre en aquel hospital donde Gabriela día
a día mientras la cuidaba recordaba momentos de su infancia de cuando la
visitaba a escondidas en aquellos hospitales.
Gabriela
estaba empezando a sentir un cambio interno, su visión de las cosas era
diferente, ya no trataba de controlarlo todo pues había aprendido que en la
pequeña distancia entre el morir y el quedar vivo, las vidas cambian.
Había
aprendido a improvisar, había aprendido que el sacrificio es parte de la vida; sin
embargo, al mismo tiempo, sentía que algo dentro de ella se estaba rompiendo,
esa chispa soñadora la estaba perdiendo, se estaba apagando.
Ese
mes ocurrieron muchas cosas a su alrededor, su mundo externo se estaba destruyendo
y cada día empeoraba todo. Ya nada era seguro, no valía planificar nada, la
gente y las cosas estaban fuera de control, por eso Gabriela cada vez que
anochecía miraba hacia la ventana y se preguntaba “¿de qué vale soñar en este entorno?”.
Cada
vez que se hacía la misma pregunta su mundo interno se destruía, estaba
luchando para no caer en esa infelicidad colectiva que se respiraba por las
calles. La mayoría de las veces el miedo, la ira, la impotencia y la depresión
se apoderaban de ella y de todos a su alrededor. Era como si la energía de uno
influyera en el otro, y éste lo hiciera en el siguiente pues en este mundo todas
las vidas están entrelazadas, ligadas a la realidad por una sola línea, por un
hilo muy fino, por algo que va más allá de las estrellas.
Una mañana
de lluvia incesante, mientras escuchaba “Rainy
Days and Mondays” de The Carpenters,
Gabriela recibió un correo de Antonio. Él también había estado estudiando
otros idiomas para poder comunicarse
mejor, estaba trabajando muy duro y estaba organizando su atareada agenda para
viajar e ir hasta donde estuviera ella. Esa re-conexión fue como una brisa
suave que incentivó la llama de su fuego interno y junto a él inventaron un
nuevo e inesperado plan.
Una cosa
era segura, Gabriela quería salir corriendo, volando o nadando de aquel caos que
estaba viviendo, pero no solo ella sino toda su familia; los peligros los
acechaban cada día más y la palabra Migración
surgía a cada momento en el vocabulario de todos, el hecho de empezar de cero
en un lugar nuevo era para muchos atemorizante, pero en los últimos años esa
decisión se estaba convirtiendo en la única vía de escape.
Todo debía
ser rápido, de hecho sucedió velozmente, empacar las cosas, decidir qué llevar
y qué dejar, decidir qué vender para ayudarse con los gastos… Gabriela estaba
dejando atrás muchas personas, cosas e ideas a las cuales había estado aferrada
por 27 años, se sentía nerviosa, tenía miedo, experimentaba un desorden de sensaciones
y sentimientos, estaba consciente de que ya nada ni nadie sería igual que
antes.
Su idea de
viajar y de conocer lugares nuevos no se acercaba para nada a ese traslado
forzoso, eran tantos cambios en tan corto tiempo que no se había dado cuenta de
que a pesar de toda la pérdida que estaba sufriendo, una parte de ella estaba renaciendo
y volviendo a creer en los sueños.
Había
puesto su esperanza una vez más en el amor, así que, junto con su valiente
madre, su siempre comprensivo padre y sus inseparables hermanas emprendieron un
nuevo rumbo, una nueva vida con todo y los riesgos que eso incluía.
Fue así
como Gabriela y su familia formaron parte de aquella notoria diáspora que
sufría aquel país donde vivían.
A partir de entonces
ella se convirtió en una aficionada a los cambios de planes, a los giros en las
historias, a los desvíos en los caminos. Y Antonio, pues él cumplía con su
parte, le ayudaba a mantener su cama y su cabello desordenados, su corazón y su
nueva vida feliz.Ilustración: Pascal Campion.
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